Guillermo Croppi es Ingeniero en Sistemas de Información graduado en la Universidad Tecnológica Nacional de Santa Fe y activista por una democracia digital para el Siglo XXI, interesado en el rol de la tecnología dentro de la política y el gobierno abierto. Actualmente, trabaja en múltiples lugares: como Líder de Área de Tecnología en «Democracia en Red» y como Responsable del área de Sistemas y Tecnologías en Lyris IT.
Es Co-creador de Virtuágora, plataforma web de participación ciudadana y además ha desarrollado múltiples plataformas junto con la Provincia de Santa Fe, para presupuestos participativos y consultas digitales para la creación de leyes.
Cuéntanos cómo Internet puede mejorar nuestras democracias
Hoy, la democracia no se manifiesta únicamente en las calles o en las instituciones gubernamentales, sino también en el mundo digital. Internet tiene un gran potencial para innovar en los diseños de nuestras democracias. Nos permite pensar cómo acortar las distancias, cómo hacer reales canales efectivos para la deliberación política, cómo ordenar y refinar la conversación pública, para alcanzar resultados concretos que impacten en la vida de las personas.
Tal vez años atrás no llegábamos a comprender la dimensión que Internet iba a tener en nuestra vida, pero con la vivencia de la pandemia, como el caso más cercano que tenemos históricamente, ha quedado en evidencia que convivimos cada vez más en un mundo digital. Internet forma parte de nuestras vidas y la democracia no puede quedar al margen.
En definitiva, Internet nos permite pensar cómo descentralizar el poder, cómo acercar al representante y al representado. En este camino, el desafío principal es institucionalizar estas nuevas interacciones con la ciudadanía, innovando con marcos que valoren cada opinión, sintetizando y recompensando el compromiso ciudadano.
Por tu trayectoria, podemos ver que estuviste involucrado en distintos proyectos relacionados con la tecnología cívica. ¿Nos podrías contar cuáles fueron los más desafiantes?
Trasladar un proceso participativo al espacio digital es un enorme desafío, tanto en la parte tecnológica, como en la territorial. Todo proyecto me trajo desafíos que, en principio, escapaban de mis manos.
Siempre que me enfrento a desafíos valoro el trabajar con un equipo interdisciplinario. Trabajar en un equipo diverso y con enfoques particulares me ayuda a comprender el alcance de los desafíos que tengo que solucionar: el equipo me nutre. Por ejemplo, en Virtuágora y Democracia En Red hemos intervenido, en presupuestos participativos (Ej. Ingenia, PP San Lorenzo; MDQ, PPUNR Escuelas/Facultades, entre otros) y nos enfrentamos a dos desafíos principales: cómo una nueva herramienta se inserta en un proceso ya existente y, un desafío más técnico, como asegurar el anonimato y la unicidad de la persona que vota.
En estos años, aprendí que para crear tecnologías cívicas al servicio de la ciudadanía, debemos diseñarlas democráticamente, con el mayor involucramiento posible de distintos actores. Aprendí que no basta ser un buen profesional, que no alcanza con proveer la herramienta digital más avanzada. El éxito de un proyecto tecnológico está en combinarlo con un plan estratégico territorial, con una buena estrategia de comunicación y entendiendo que cada contexto es único.
Así como Internet puede ser una herramienta utilizada para mejorar nuestras democracias, también han existido casos en los que se usa para lo contrario, como debilitar nuestros sistemas políticos a través de la desinformación. ¿Podrías hacernos una reflexión al respecto?
Siempre hubo enemigos de la democracia: la desinformación no es nueva, es una vieja conocida. Hoy en día se ha transformado por la multiplicidad de formatos y la dinámica de las redes sociales que posibilita su viralización. El bombardeo es tan grande que nos sentimos todo el tiempo a merced de caer en la trampa.
Las redes sociales nos llegaron sin un manual de instrucciones y somos vulnerables frente a estos engaños. A veces, participamos de la desinformación aún sin malas intenciones, muchas veces participamos sin querer realmente generar un daño. Sucede que no fuimos formados en la importancia de chequear, en darnos el permiso de desconfiar de lo que creemos.
En la escuela nos enseñan cuál es la capital de Bélgica en lugar de enseñarnos qué pasa cuando ponemos en Google “Capital de Bélgica”
Muchas veces viralizamos desinformación por querer tener la razón o para demostrarle a alguien que tenemos razón. Esto debilita el espacio democratico, generando grietas innecesarias, antagonistas imaginarios y afectando nuestra integridad.
Es urgente reflexionar sobre estas cuestiones, educarnos para ejercer la ciudadanía en el mundo digital, comenzando por las escuelas. La tecnología cambió el mundo y parece que las escuelas no se enteraron. En la escuela nos enseñan cuál es la capital de Bélgica en lugar de enseñarnos qué pasa cuando ponemos en google “capital de Bélgica”.
¿Cómo ves el futuro respecto a la convergencia entre política e Internet? ¿Qué grandes cambios esperas y cuáles son tus deseos para este futuro?
Con tantas posibilidades de expresarse en Internet, resulta anacrónico entender la democracia como “ir a votar cada tanto”. Es necesario abrirnos a nuevas ideas, nuestras democracias deben abrirse a la participación usando tecnología. Necesitamos que las experiencias digitales para la deliberación se institucionalicen y sean apuestas con fuerte decisión política.
El antídoto que anhelo para el futuro es un Estado que incorpore el valor de la escucha activa, plural y diversa de las personas.
Cuando medito sobre las democracias para el siglo XXI, no estoy imaginándome algoritmos que nos gobiernan o el Estado como una App. La democracia que deseo es una con conversaciones renovadas, arriesgadas y con resultados que generan impactos en nuestra sociedad. Eso es una democracia fuerte.
Hoy la sociedad respira bronca, se expresa en Internet contra un establishment político que cada vez parece más distante, ajeno, ineficaz y corrupto. El antídoto que anhelo para el futuro es un Estado que incorpore el valor de la escucha activa, plural y diversa de las personas. Un Estado que nos refuerce la pertenencia, que permita sentirnos parte de un plan, de un proyecto.
Navegar aguas inexploradas es apasionante pero también implica la incertidumbre de navegar sin un mapa. No se trata de demonizar viejos paradigmas, sino de innovar con ellos. Nos queda un largo camino pero no hay más alternativa que aventurarse.